En las redes sociales solemos encontrar con personas de múltiples tipos, tendencias, entendimientos y carismas. Seguramente conozcamos relativamente bien a muchas de ellas, pero seguro que existen otras de las que no tenemos claro su perfil. Algunas de ellas se acercan a nosotros por afinidad, otras porque hay algo que les llama la atención, aunque no concuerden demasiado con nosotros.
En las redes, el conocimiento personal se basa en los contenidos multimedia que compartimos y en los breves diálogos que solemos tener al comentar determinada noticia, figura o video. El chat es una fuente valiosa de información, ya que permite una comunicación ordenada más cercana a la realidad. En algunas redes, es posible realizar video conferencias y poderse conocer de manera un poco más real.
Supongamos que contacta con nosotros una persona que muestra una fuerte oposición a la existencia de Dios, la necesidad de la Iglesia, la estructura institucional o la misma manera de entender el cristianismo que tenemos los católicos. ¿Por qué se acerca entonces? Algo les atrae de nosotros y ese algo puede ser el hilo que nos permita acercarnos a ella.
En el momento en que hay contacto y se establece la comunicación, entramos en el espacio de la evangelización donde es necesario pensar en un proceso de diálogo, comprensión, respeto, acercamiento y discernimiento. Pensemos que este tipo de personas vienen cargadas de prejuicios y no tienen inconveniente en sacarlos cada vez que hace falta. ¿Qué hacer con estos prejuicios? Los prejuicios actúan como cerraduras que cierran la puerta del corazón a aquello que temen. Para abrir cada cerradura hace falta una llave que ni siquiera el dueño de la cerradura conoce. Es una llave que se fabrica en base a tiempo, confianza y libertad.
En al medida que abramos las cerraduras, el diálogo se amplían y los lazos afectivos se hacen más sólidos. La pregunta del millón es ¿Cómo podemos crear una llave que abra cada cerradura?
La creación de esta llave es una labor de paciente acercamiento que parte del máximo respeto al dueño de la cerradura. Comprendamos que deshacerse de una protección vital siempre es complicado y requiere mucho tiempo y confianza. Pero contamos con algunas ayudas. El mismo dueño de la cerradura irá dando pistas sobre la lleva según la comunicación y el diálogo vaya fluyendo. Además el Espíritu Santo nos ayuda de formas inesperadas. Pero ¿cómo afrontar el acercamiento y el diálogo? Enumero algunas cuestiones a tener en cuenta:
- Tener un amplio respeto y valoración de quien tenemos delante. Aunque una persona pueda parecer a veces desagradable, si se acerca a nosotros es porque necesita algo que nosotros tenemos. Aceptémosla y demos gran valor a su acto de confianza. No lo digo retóricamente, sino con toda la sinceridad que puedo transmitir.
- Procuremos observar los contenidos que publica y las respuestas que da, a fin de entender qué necesita de nosotros y cómo podemos ayudarle. Valoremos cada paso que consigamos en esta relación de mutua confianza.
- Según vayamos teniendo oportunidad y capacidad de mover la llave, giremos con delicadeza intentando no asustar. A veces es necesario movernos muy lentamente en el proceso de diálogo. Nuestra capacidad de comunicar irá mejorando según nuestro interlocutor confíe en que no vamos a dañarle.
- No desesperemos aunque nos equivoquemos y tengamos que recomenzar. Si damos respeto y valor a quien tenemos delante, los errores serán oportunidades de avanzar en el acercamiento.
- Cuando hayamos abierto una cerradura, quedarán todavía muchas más. Los prejuicios son así, vienen en racimos y dependen unos de otros. No podremos derribarlos todos juntos ni hacerlo sin la colaboración de quien tenemos frente a nosotros.
- Igual que nosotros tenemos que adaptar nuestro lenguaje para hacer posible la comunicación, procuremos que la otra persona vaya adaptando el suyo al entendimiento que vaya ganando. Cada prejuicio se asocia a un lenguaje y léxico particular. Ayudemos a que nuestro amigo se de cuenta de la necesidad de cambiar el lenguaje para cambiar su propio interior.
- Festejemos los avances y compartamos la alegría de cada milímetro que consigamos acercarnos.
- No reprendamos que nuestro interlocutor utilice los prejuicios. Comprendamos que son parte suya y los ha creado para su defensa personal. No nos sintamos ofendidos. El prejuicio no es un ataque a nosotros, sino una defensa a lo que se teme y desconoce.
He hablado de dignidad, libertad, afecto y cercanía, lenguaje, cambio, prejuicios pero seguramente se habrán cuenta que en mi relato he olvidado dos elementos fundamentales: Dios y la conversión.
El proceso de acercamiento y de ayuda mutua es maravilloso, pero no tiene porque llevar a la conversión. La conversión es un milagro que sólo tiene dos actores: Dios y la persona que libremente acepta que el Señor entre en su corazón.
Nosotros podemos abrir con cuidado las cerraduras y propiciar que las condiciones para el milagro de la conversión se puedan dar. Lo demás queda en manos del Señor y de nuestro amigo.